Esta anécdota nos la contó una Sra. que llegó a La Aurora, oriunda de Buenos Aires, Argentina. Cierta vez empezó a sentir problemas respiratorios, notó que se agudizaban y concurrió al médico. Luego de exhaustivos estudios se le detectó que tenía cáncer de pulmón. No conforme siguió buscando otras opiniones en Buenos Aires, y todas coincidían, cáncer de pulmón avanzado.
Perdida por perdida viajó a EE.UU. Tomó un avión, y durante el viaje no paró de llorar. En pleno vuelo y con los ojos llenos de lágrimas miró por la ventana y borrosamente vio una imagen formada por las nubes que se asemejaba a una cara humana, de barba blanca, una imagen que nunca había visto antes. Fue muy breve, porque mientras se restregó los ojos llenos de lágrimas, la imagen ya no estaba. Pero esa imagen le quedó grabada.
Una vez instalada en un hospital de EE.UU. entregó los estudios que llevaba desde Argentina y se dispuso a hacerse nuevamente todos los estudios. Su sorpresa fue mayúscula cuando los médicos le dijeron que, seguramente, los estudios hechos en la Argentina tenían errores, que sus pulmones estaban perfectamente bien, que no tenían ningún rastro de ningún tipo de cáncer. Insistió que en Argentina habían coincidido en el diagnóstico en dos clínicas diferentes. Pero también se le insistió que en el estudio de ellos no había lugar a dudas, sus pulmones estaban limpios.
Volvió a Buenos Aires y contó su experiencia, pero recién mucho tiempo después comentó al pasar a una amiga el suceso de su visión cuando volaba a EE.UU. La mujer le pidió detalles de esa imagen que había visto formada por nubes, pero no podía ser muy precisa, porque la imagen había sido muy fugaz y desconocida. Nuevamente pasó mucho tiempo, hasta que ve una imagen en una revista que la conmocionó, era la imagen que había visto en las nubes, el Padre Pío en La Aurora. Ahí empezó su investigación, de quién era esa imagen, qué era La Aurora, donde quedaba Salto, etc. Logró armar el rompecabezas, y por supuesto llegó a la estancia La Aurora para agradecerle al Padre Pío ese milagro, porque ella estaba convencida que había sido él quien hizo el milagro de su curación.
Llegó a la gruta en La Aurora y encontró a dos personas limpiando, preguntó cómo podía hacer para hablar con el dueño de la estancia, y uno de ellos le dijo que no sabía porque él era solamente un «peón de campo». La Sra. comentó su historia en forma sucinta, a lo que el «peón de campo» se presentó y le dijo: -Yo soy el dueño, Ángel María Tonna para servirla.