“Corría el mes de enero de 1987, sentado en la galería de la amplia casa de campo y acompañado de mi esposa, Elena, trazaba líneas sobre un papel tratando de esbozar una silueta, algo que sentía muy dentro de mi corazón. Había una promesa que cumplir y me separaba de la fecha límite para cumplirla poco más de 4 meses.
En ese momento, como enviados por Dios, llega a la casa una pareja, que sería de ahí en más miembro de esta gran cruzada. Después de conversar largo rato y de entrar en confianza les cuento de la promesa hecha, nada menos que a un hombre santo, a un fraile capuchino, quién en vida fuera mi asesor espiritual y me comprometiera a realizar esta obra.
Los recién llegados, Guillermo Beckes y María de las Mercedes Schoenemman, hasta ese momento desconocidos, eran ni más ni menos que dos reconocidos escultores argentinos. Compenetrados de lo que les había contado comenzaron a sentir que la responsabilidad podía ser compartida, que ellos podían dar algo de sí para concretar la obra. Allí se comienza a pulir la idea de hacer la estatua del Padre Pío.
Guillermo y Mercedes se instalan en «La Aurora» y comienzan a modelar. Mis indicaciones eran concretas. El Padre Pío me había dado instructivas, en sendas cartas que me envió cuando corrían los años 1948 y 1950 y que un hijo adoptivo, –a pedido mío- hoy las conserva con máximo resguardo, de que la estatua debía representarlo en su época de pujanza, de juventud.
Un día, supervisando la obra, observo que la expresión del rostro no es la pensada, no era como el Padre Pío me lo había pedido. Se los hice saber y la cara de tristeza de los escultores también fue de resignación; y les dije: «-Déjenla como está, no la toquen, que sea lo que Dios quiera». Una vez que les di la espalda y me dirigía a la casa oí el llamado de los escultores: «-Toto, Toto, la cabeza cayó al piso y se destruyó». Nueve días de trabajo se escurrieron de sus manos cuando, sin que mediara una causa aparente, quedó hecha pedazos la cabeza de la estatua. Sólo 2 días llevó hacer la definitiva y esa… sí fue aprobada.
El 25 de mayo de 1987, fecha en que el Padre Pío cumpliría 100 años, si viviera, y hora de cumplir la promesa, se inauguró la gruta con la estatua del Padre Pío; en el lugar exacto que él me indicara en una visión que tuve el 8 de enero de 1987, estando yo sentado a escasos metros de donde hoy se encuentra la gruta.
Monseñor Dr. Carlos Alberto Nicolini, Obispo a cargo de la Diócesis de Salto, presente en el lugar, la bendijo y autorizó a celebrar la Santa Misa a un sacerdote francés que se lo solicitó. Este había llegado a Montevideo el día anterior por un error en el vuelo, leyó el diario donde se anunciaba la inauguración y sin pensarlo siquiera se presentó en la gruta. Así fue como el sacerdote Claudio Rathelot ofició la misa.
El Santo Padre, a través de Monseñor Humberto Tonna, Obispo de la Diócesis de Florida, que le informó sobre la obra a realizar en la estancia «La Aurora», envió una bendición muy especial y prometió que el día de la inauguración de la gruta él se hallaría orando sobre la tumba del Padre Pío en San Giovanni Rotondo, donde permanecería 5 días.
Cuando escribo esta historia, después de muchos años de transcurridos los hechos, siento sabores amargos, dulces alegrías y desencantos. Hay sentimientos comprometidos, no es fácil escribir lo que ocurre sin involucrar el corazón si realizamos una mirada retrospectiva. Desde la meta alcanzada hacia todos y cada uno de los sucesos acaecidos, el tiempo parece corto y los sucesos… simples. Pero vivirlos, día a día, minuto a minuto, no lo fue.
Fueron muchos –y lo son aún- los obstáculos que se debieron sortear después de la muerte de Monseñor Carlos Nicolini, pero férrea es la voluntad de la familia Tonna Rattín para llevar a la meta esta obra de evangelización, esta obra de evangelización deseada y pedida por el Padre Pío.
En el transcurso del tiempo, miles fueron las personas que llegaron a la gruta, muchas de ellas buscando fantasías que aquí jamás podrán concretar. Pero la mayoría, con deseos de encontrar salud de cuerpo y alma.
Personas vacías de Dios, ateos, rebeldes a Cristo y rebeldes a los sacerdotes que hallaban en su camino, doblaron sus rodillas ante el estigmatizado y lo dejaron obrar libremente.
Aquí conocieron un rosario y aprendieron a rezar. Participando de los vía Crucis, o simplemente leyendo los carteles colocados a la vera del camino, llegaban -y siguen llegando- a la gruta con el corazón conmovido.
Infinitas fueron las conversiones y muchas son ahora personas de misa y comunión dominical.
Dios, a través del Padre Pío, abrió en este lugar, uno de los tantos caminos que nos conducen a Él, que en su infinita misericordia mira con amor, aún al último de sus hijos.
Padre Pío, te pedimos nos sigas guiando para que tengamos perdón para la ofensa, y mano extendida para el peregrino que busca la tierra prometida por nuestro Señor.
En este momento recuerdo un mensaje que me envió el Padre Pío en una de sus cartas:
«Debajo de un hábito se puede esconder una serpiente sumamente venenosa, como también detrás de un humilde traje ciudadano puede ocultarse un «ángel», no sólo de nombre. En ambos casos ignorando con quién tratas.»
También el Padre Pío me remarcó un pensamiento suyo:
«Lo bueno y lo malo que en la vida hagamos, trasciende al tiempo y tiene repercusión en la eternidad.
No permitas que la triste visión de las injusticias humanas entristezca tu alma, también ellas en los planes divinos tienen su valor. Y un día verás triunfar por encima de ellos la infalible JUSTICIA DE DIOS.»
PADRE PIO, ¡Misión Cumplida!
P/estancia «La Aurora»
Ángel María Tonna Zanotta