En Marzo de 1990 noté una desigualdad en el tamaño de uno de los senos de mi madre. Le pregunté si le había pasado algo y me dijo que tenía que consultar a un médico pues tenía un bulto en el seno derecho. De hecho visitó a un oncólogo y el diagnóstico fue categórico: cáncer inflamatorio de mama en estado avanzado, con ganglios afectados, palpables en la axila y una gran ulceración en la piel del seno causada por el gran crecimiento del tumor. El pecho afectado era cinco veces más grande que el seno normal.
El pronóstico fue pues desfavorable y se insistió en comenzar cuanto antes un tratamiento consistente en quimioterapia y radioterapia, a fin de frenar un poco el proceso. Se consultaron otros cinco oncólogos y cirujanos y todos confirmaron el diagnóstico. El tumor no se podía extirpar quirúrgicamente debido a la gran inflamación y a la dimensión de la úlcera.
Mi desesperación era enorme ya que los médicos le daban muy poco tiempo de vida, debido incluso al tipo de tumor que se disemina rápidamente y que en este caso ya se encontraba muy desarrollado. Yo quería con todas mis fuerzas que mi madre se curara.
En esos días encontré una estampita del Padre Pío de Pietrelcina. A partir de ese momento comencé a rezarle a y pedirle con gran fe que mi madre se salvase. Sentía dentro de mí que él había escuchado y me había alcanzado esa gracia de Dios nuestro Señor.
A la semana del diagnóstico comenzó mi madre con las aplicaciones de quimioterapia. Se le había marcado tres series y luego de radioterapia. Al culminar la tercera serie de quimioterapia la inflamación había descendido notablemente y los ganglios que antes se palpaban en la axila, habían desaparecido. Estudios con U.S. demostraron que el tumor estaba ahora muy localizado.
A raíz de este hecho nuevo, hubo una reunión de médicos y decidieron operarla. A mediados de agosto de 1990 le extirparon un tumor de 2 kg y medio y no encontraron ningún ganglio afectado. El resultado de la anatomía patológica reveló que se trataba de un tumor de características benignas, cosa que desconcertó mucho a los médicos.
Mi madre se ha recuperado rápidamente de la operación y en ningún momento necesitó, tomar analgésicos, pues no sintió dolor alguno. No necesitó otro tratamiento, sólo controles periódicos
Los médicos no se explican aún que pudo suceder y lo han tomado como un caso de estudio, por lo atípico del mismo. Yo estoy segura de la intersección del venerado Padre Pío que escuchó mis oraciones y obtuvo de Dios la gracia tan ansiada.
En fe, María del Carmen Maget Rivarda
Montevideo, 4 de Abril de 1991