Testimonio de Familia Lezama Montevideo, 1 de abril de 1989, Montevideo

Nuestra hija menor, de 16 años de edad, se encontraba ausente de nuestro hogar, en casa de una
hermana casada. Nosotros la llevamos allí para apartarla de una situación de peligro para ella. Se
encontraba en un estado de soledad y de encierro.

Pasado el peligro, quisimos reintegrarla al hogar, pero ella no quiso volver y esto nos produjo un
inmenso dolor.

Durante veinte días no volvimos a verla, pues nuestras relaciones quedaron interrumpidas y ella se obstinaba en rechazar nuestro afecto.

Nos encontrábamos sumidos en una gran angustia y no atinábamos sino a llorar día y noche.

Rezábamos todos de rodillas, pidiéndole a Dios que nuestra hija comprendiera nuestra actitud y volviera
al hogar.

Por ese entonces conseguimos una estampa con reliquia del Padre Pío de Pietrelcina y yo la puse
dentro de la almohada de mi hija junto con su fotografía. Yo le pedía fervientemente al Padre Pío que le
hablara a su corazón y que le hiciera entender y así volviera entre nosotros.

Al día siguiente (31 de marzo), cuando nuestra angustia parecía no tener solución, tempranito por la
mañana apareció nuestra hija, y entre lágrimas nos pidió perdón por todos los disgustos que nos había
causado.

¡El Padre Pío había intervenido!

¡Bendito sea Dios que nos mandó un emisario tan eficiente!

Sin embargo mi hija no había todavía decidido volver a nuestro hogar.

Nosotros seguimos rezándole al Padre Pío con gran fe en su solícita intercesión. Al mes de esto ella vino una mañana dispuesta a quedarse para siempre con nosotros.

Lo había pensado bien y estaba convencida de ello.

Gracias al Señor por habernos escuchado y por habernos dado al venerado Padre Pío que está
siempre junto a nosotros en los momentos difíciles.

Familia Lezama Montevideo, 1 de abril de 1989