Escribo para expresar mi agradecimiento por tantas gracias que me ha concedido nuestro querido Padre
Pío.
La primera hace ya seis años. Yo en mis oraciones pedía que mi padre, de 94 años, no sufriera nada
a la hora de la muerte. Y así fue, falleció tan sólo de vejez, se me apagó como se apaga una velita, sin
que yo me diera cuenta.
Una señora amiga estaba para ser operada. Yo corrí con la manito del Padre Pío y se la hice poner en la
camilla cuando la llevaban a la sala operatoria. A la media hora regresan los médicos diciendo que no hay motivo para operar pues las nuevas placas, revisadas por un profesor de Montevideo, que estaba allí, indicaban que las sombras que aparecían en el pulmón no eran motivo para operar y que con el tiempo se disiparían. Hoy contamos con la abuela feliz y contenta junto a sus hijos, nietos y biznietos, obra del Padre Pío.
Mis sobrinos Carlos y Cecilia deseaban comprar una casa para comenzar su vida hogareña. Tanto rogué
a nuestro padrecito que hoy están en pleno arreglo de la casa que se han comprado con sus ahorros.
Paula R. Álvarez de Enrich Piriápolis