Testimonio de Alberto Isabela, Montevideo

La gracia que  voy a relatar me ha tocado en forma inmerecida, ya que si bien siempre creí en Dios, nunca fui un buen cristiano. 

Me diagnosticaron un cáncer grado IV con bastante antigüedad y muy poca chance de curación.

Gracias a una amiga recibo en plena convalecencia, luego de la operación, la visita del Hermano Pedro, que con sus palabras y oración me alienta y me tranquiliza. 

El Hermano reza por mí, me pasa el guante del Padre Pío por la zona operada y me regala la imagen y un trozo de la sotana del hoy siervo de Dios. Inmediatamente me planteo no pedir por mi salud, ni a Dios ni al Padre Pío, ya que me parecía una hipocresía recurrir a la oración para sacar provecho personal. 

A partir de ello comienzo a sentir una increíble tranquilidad espiritual, algo que jamás había experimentado, concomitantemente ingresó a mi alma un profundo amor a Dios, hacia el Padre Pío, hacia la Virgen María. Comienzo a tener apetito de oración, quiero estar continuamente comunicado con Dios y encuentro en el Padre Pío un excelente vínculo para lograr mi cometido. 

Esto ya era suficiente, ya que, si tenía que morirme, lo haría en paz y con la confianza que mi familia iba a quedar protegida por la mano del Señor. 

La sorpresa fue mayúscula al revertirse totalmente los resultados de los exámenes; todo empezó a salir bien, el doctor dice que estoy curado, mi recuperación física fue increíble. Pero la mayor felicidad que pude experimentar es haber resucitado espiritualmente. ¡Sí, señores! Ha nacido en mí la fe en Dios y espero hacerla crecer sana y con alegría.

Alberto Isabela

Montevideo