Nos trasladamos primero a Foggia y luego a San Giovanni Rotondo, donde estaba el Convento de los Padres Capuchinos y habitaba el Padre Pío.
Yo ansiaba conocerlo y pedirle su bendición (sobre todo por mi estado de gravidez), mi viejo ya lo conocía y le encantaba volver a verlo, además no queríamos dejar Italia sin despedirnos de él.
Describo brevemente nuestra llegada a San Giovanni Rotondo –una pobrísima aldea de campesinos dedicados a la cría de ovejas y de cabras (que les daban la famosa ricotta.)
No había en la localidad Hoteles ni Pensiones –unos campesinos nos dieron alojamiento en su casa que consistía en los bajos de un enorme espacio donde estaban los animales, y arriba por una angosta escalera se llegaba a la parte alta donde pernoctamos con luz de candil.
Al otro día salimos a pie por el camino que llevaba al Convento que era en la altura –tengo patente ese recuerdo de las campesinas Napolitanas con sus trajes regionales con sus corseletes – rezando en voz muy alta el Rosario-
Ave María –piena di grazie- il Señor e teco, tu sei benedetta fra le donne… ¡qué lindo recuerdo!
Llegué finalmente a conocer al Padre – estaba en un gran salón rodeado de campesinas que hablaban muy fuerte –no me animé a acercarme y me fui con el viejo a casa de María Payle, una norteamericana convertida al catolicismo que habitaba muy cerca, casi enfrente- mujer admirable que al pasar por San Giovanni quedó atrapada viendo al Padre sufriente con los 5 estigmas que le había marcado el Señor y en su grandiosa labor apostólica y social – renunció a todo- fue desheredada por su madre y se quedó allí haciéndole a veces de secretaria, de intermediaria , etc. En su casa, que era la casa de todos nos quedamos ese día.
El Padre que se había dado cuenta de mi timidez me mandó buscar y me atendió personalmente. No puedo explicar lo que fue esa primera entrevista –tenía en los ojos una dulzura- algo tan especial que me hacía llorar – me habló con cariño y al decirle yo que extrañaba mucho me dijo: “hija, te acostumbrarás”, a lo cual yo contesté: Es que no quiero acostumbrarme – se sonrió y me dijo: “si no quieres no te acostumbrarás” y en verdad nunca me acostumbré a estar lejos de mi Patria… de mi familia… de mi gente…
De allí volvimos a Nápoles y tomamos el vapor que nos condujo a Montevideo.